Para los mexicanos, el Día de Muertos es una de las celebraciones más importantes del calendario religioso y cultural.
Este festejo es una tradición derivada del sincretismo resultado de largos procesos culturales.
Mezcla de elementos prehispánicos y católicos, la celebración es tan trascendente en términos culturales, que en el año 2003, la UNESCO realizó la declaratoria sobre la festividad indígena dedicada a los muertos en México como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.
El Día de Muertos se celebra en México a través del altar u ofrenda, en el cual cada uno de sus elementos tiene un significado.
El altar de muertos en sí mismo es un ritual a partir del cual los vivos comparten con sus difuntos nuevamente. Es también la puerta a través de la cual las ánimas son invitadas de nuevo al mundo de los vivos.
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Tipos de altares
De acuerdo con el texto ‘La festividad indígena dedicada a los muertos en México’, editado por el entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (antes Conaculta, hoy Secretaría de Cultura), el complejo entramado cultural en torno a los muertos ha materializado en los diferentes ámbitos culturales de la República Mexicana una arquitectura simbólica y ritual.
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Lo anterior, se expresa en infinidad de manifestaciones plásticas, muchas de ellas de carácter “efímero”, como los esplendorosos arcos de cempasúchil (flor simbólica de la celebración) y las representaciones cosmogónicas implícitas en el arreglo y la lógica de las ofrendas; en la culinaria ceremonial; en la organización de los espacios rituales, así como en la danza, la música y el canto.
El mismo texto señala que desde los años cuarenta del siglo XX se ha dicho que México es un país escatológico y morboso; que sus pobladores se burlan de la muerte, juegan con ella y se la comen virtualmente convertida en dulces de azúcar; incluso se ha dicho que en México hasta la muerte es dulce.
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Todos los pueblos del mundo han ofrendado alimentos a sus muertos cercanos, a los antepasados gloriosos y a los dioses protectores de la muerte, esto no es novedad. Tanto las culturas antiguas como las actuales lo continuamos haciendo, lo que ha variado es la forma del ritual, el tiempo y el espacio donde se realiza la ofrenda.
Si bien se ha insistido en que fueron los egipcios y los tibetanos quienes dedicaron parte importante de su vida y celebraciones al “más allá”, sabemos que el temor a la muerte es y ha sido universal y que la diferencia estriba en que esas culturas dejaron escritos que se han podido conservar y traducir a nuestros idiomas, amén de que permearon a casi todas las religiones que les precedieron, incluida la católica.
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Se trata de un elemento fundamental de esta a celebración en la que los deudos tienen la creencia de que el espíritu de sus difuntos regresa del mundo de los muertos para convivir con la familia ese día, y así consolarlos y confortarlos por la pérdida.
En la celebración del Día de Muertos, la ofrenda se ha convertido en el elemento tangible de tal sincretismo, conformado de la siguiente manera: se coloca en una habitación, sobre una mesa o repisa cuyos niveles representan los estratos de la existencia.
Los más comunes son los altares de dos niveles, que representan el cielo y la tierra; en cambio, los altares de tres niveles añaden a esta visión el concepto del purgatorio.
Asimismo, existen los de siete niveles en los cuales se simbolizan los pasos necesarios para llegar al cielo y así poder descansar en paz. Este es considerado como el altar tradicional por excelencia. En su elaboración se deben considerar ciertos elementos básicos. Cada uno de los escalones se forra en tela negra y blanca y tienen un significado distinto.
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En el primer escalón se coloca la imagen de un santo del cual se sea devoto. El segundo está destinado para las ánimas del purgatorio; es útil porque por medio de él el alma del difunto obtiene el permiso para salir de ese lugar en caso de encontrarse ahí.
En el tercer escalón se debe colocar sal, elemento que simboliza la purificación del espíritu para los niños del purgatorio. En el cuarto, el personaje principal es otro elemento central de la festividad del Día de Muertos: el pan, que se ofrece como alimento a las ánimas que por ahí transitan. En el quinto se coloca el alimento y las frutas preferidas del difunto.
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En el sexto escalón se ponen las fotografías de las personas ya fallecidas y a las cuales se recuerda por medio del altar. Por último, en el séptimo escalón se coloca una cruz formada por semillas o frutas, como el tejocote y la lima.
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