En la asignatura de Historia de tercero de secundaria, se verá el tema: “El pensamiento social de los insurgentes”, con el cual se explica el proceso de Independencia y la influencia del liberalismo.
Recuerda que, para realizar anotaciones, sólo necesitas lápiz o bolígrafo, cuaderno, y tu libro de texto, por si deseas profundizar y ampliar tus conocimientos acerca del tema.
¿Qué hacemos?
Lee los siguientes fragmentos de documentos emitidos bajo el liderazgo de Miguel Hidalgo; éstos te permitirán identificar el ideario del movimiento insurgente en esta primera etapa.
Carta enviada el 21 de septiembre de 1810 al intendente Juan Antonio Riaño:
[…] el movimiento actual es grande, y mucho más cuando se trata de recobrar derechos santos […] usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos, que, auxiliados de la ignorancia de los naturales, y acumulando pretextos, santos y venerables, pasaron a usurparles sus costumbres y propiedad vilmente, de hombres libres convertirlos a la degradante condición de esclavos.”
El 15 de diciembre del mismo año, en respuesta al edicto de excomunión contra la insurgencia, Hidalgo publicó un manifiesto:
Rompamos, americanos, esos lazos de ignominia con que nos han tenido tanto tiempo; para conseguirlo no necesitamos sino unirnos. […] Establezcamos un congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este reino, que […] dicte leyes suaves, benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo: ellos entonces […] nos tratarán como a sus hermanos, desterrarán la pobreza, moderando la devastación del reino y la extracción de su dinero, fomentarán las artes, se avivará la industria, haremos uso libre de las riquísimas producciones [que] la naturaleza ha derramado sobre este vasto continente.
A finales de octubre, Hidalgo dio a conocer en 29 puntos el Plan del Gobierno Americano. Entre los puntos, destacan:
• Se gobernará el Reino por un Congreso de individuos doctos e instruidos, y todos criollos […]
• Se quitará el gobierno a todos los gachupines que han perdido el Reino.
• Se quitarán todas las pensiones y gravámenes con que nos tenían oprimidos.
• Ninguno se distinguirá en calidad, sino que todos se nombrarán americanos.
• Por lo mismo, nadie pagará tributos y todos los esclavos se darán por libres.
• […] Se les entregarán sus tierras a los pueblos, con restitución de las que les hayan usurpado los europeos, para que las cultiven y mantengan sus familias con descanso.
En Valladolid, hoy Morelia, y después en Guadalajara, Hidalgo expidió bandos relativos a la abolición de la esclavitud, así como a la supresión del pago de tributos y estancos:
[…] prevengo a todos los dueños de esclavos y esclavas, que luego inmediatamente que llegue a su noticia esta plausible superior orden, los pongan en libertad, […] y no lo haciendo así los citados dueños de esclavos y esclavas, sufrirán irremisiblemente la pena capital [y] confiscación de todos sus bienes […] queda totalmente abolida para siempre la paga de tributos para todo género de castas, sean las que fueren.
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¿Cuáles son las situaciones de la sociedad novohispana que estas medidas buscaban combatir?
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Los cambios que promovían los insurgentes, ¿a quiénes beneficiaban?
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¿Consideras que Miguel Hidalgo buscaba autonomía o la independencia de España? ¿Por qué?
Como estudiaste en sesiones anteriores, cuando fue desmantelada la iniciativa autonomista impulsada por Francisco Azcárate y Francisco Primo de Verdad, surgieron varios grupos de criollos inconformes con la situación de exclusión en la que vivían en comparación con los peninsulares.
Estos grupos de conspiradores, compuestos por mujeres y hombres pertenecientes, en su mayoría, al sector medio del clero, de la milicia y algunos comerciantes, se reunían clandestinamente con el pretexto de realizar tertulias literarias. Una de esas conspiraciones tenía como punto de encuentro la casa de los corregidores de Querétaro, Miguel Domínguez y Josefa Ortiz. A ella asistían los capitanes Ignacio Allende y Juan Aldama, el cura de Dolores Miguel Hidalgo y Costilla, y comerciantes como los hermanos Epigmenio y Emeterio González.
El 13 de septiembre de 1810 fueron delatados. Un día después, a Miguel Domínguez, como autoridad de la ciudad, le ordenaron catear las casas de los sospechosos. Éste previno a su esposa Josefa, y pese a la negativa de Domínguez, ella logró avisar a Ignacio Pérez, el alcalde de la prisión, para que informara de la situación al resto de los conspiradores.
Pérez, a caballo, se dirigió a San Miguel el Grande, donde avisó a Aldama y éste salió la noche del 15 de septiembre hacia Dolores para poner al tanto a Allende e Hidalgo.
Al enterarse que la conspiración había sido descubierta, durante la madrugada del 16 de septiembre, en el atrio de la iglesia del pueblo de Dolores, el cura Miguel Hidalgo convocó al pueblo a levantarse en armas; Ignacio Allende, Juan Aldama y José Mariano Abasolo lo secundaron.
Primero liberó a los presos, quienes se unieron a la rebelión, y metió a la cárcel a los españoles del pueblo. Salieron de Dolores aproximadamente setecientas personas rumbo a Guanajuato. Pasaron por la Hacienda de la Erre y en Atotonilco, Hidalgo tomó como pendón la imagen de la Virgen de Guadalupe. Entraron en San Miguel el Grande, hoy San Miguel de Allende, donde se unieron las tropas del Regimiento de la Reina.
Después avanzaron sobre Celaya. Hidalgo fue nombrado capitán general; Allende, teniente general, y Aldama, mariscal. El trayecto siguió hacia la rica ciudad minera de Guanajuato. Al enterarse de su aproximación, los españoles y el intendente Juan Antonio Riaño se refugiaron en la Alhóndiga de Granaditas, una construcción destinada a guarecer granos y semillas.
En la toma de la Alhóndiga, los insurgentes la incendiaron y saquearon. Se suscitó un sangriento y descontrolado encuentro entre los españoles y los alzados. Nada pudo controlar a la multitud, nadie fue capaz de contener el odio y los agravios acumulados por años contra las clases dominantes.
Allende e Hidalgo avanzaron hacia Valladolid, hoy Morelia, pasando por Irapuato, Salamanca, Valle de Santiago, Salvatierra, Acámbaro, Zinapécuaro e Indaparapeo. Una vez en Valladolid, Hidalgo estableció un gobierno y, por mandato suyo, el intendente José María Anzorena promulgó el primer bando insurgente. En él se abolía la esclavitud y se declaraba la supresión del tributo y de varios estancos.
El contingente se dirigió hacia la Ciudad de México. Durante el trayecto pasaron por Acámbaro, donde se constituyó el Ejército Insurgente, e Hidalgo fue nombrado Generalísimo de los Ejércitos de América. En el trayecto entre Charo e Indaparapeo, José María Morelos y Pavón se entrevistó con Hidalgo, y fue nombrado lugarteniente con el encargo de sublevar la costa del sur.
Los insurgentes llegaron a la ciudad de Toluca, para ese momento eran más de setenta mil personas, desde ahí emprendieron la subida al Monte de las Cruces. El 30 de octubre se libró una de las batallas más importantes. Los realistas estaban conformados por dos batallones y eran liderados por el teniente coronel Torcuato Trujillo; a pesar de estar bien armados y disciplinados militarmente, sucumbieron ante las decenas de miles del Ejército Insurgente.
El parte de guerra de Torcuato Trujillo permite conocer un panorama de la batalla; informó que ellos eran: “cuatrocientos jinetes y mil trescientos treinta infantes, con dos buenos cañones. De los insurgentes sólo tres mil son tropa disciplinada, mitad de caballería, mitad de infantería, con malos cañones. Hay también unos catorce mil rancheros a caballo con machete o lanza, y el resto es una multitud de sesenta mil entre indios y castas”.
En esta batalla murieron más de dos mil insurgentes y aproximadamente dos mil realistas, es decir, casi toda la tropa de Trujillo. Pese al triunfo, un gran número de insurgentes comenzaron de desertar.
De Monte de las Cruces partieron rumbo a Cuajimalpa, donde acamparon. El 31 de octubre, Mariano Jiménez y Mariano Abasolo, acompañados por una pequeña escolta, se dirigieron a la Ciudad de México. Llevaban un pliego al virrey Francisco Xavier Vengas. En este documento Hidalgo conminaba al gobernante novohispano a la rendición. Venegas se negó a entregar la capital a la insurgencia.
El 1 de noviembre, Hidalgo tuvo la oportunidad de tomar la Ciudad de México y, con ello, quizás, culminar la gesta independentista. Pero desistió y ordenó la retirada, ante la sorpresa de los otros mandos y del ejército mismo. Posteriormente argumentó que la tropa estaba muy desgastada después de semanas de campaña, sin armas, pertrechos, ni alimentos suficientes.
En su retorno hacia el Bajío, fueron alcanzados por tropas realistas encabezadas por Félix María Calleja. Se enfrentaron en Aculco; para entonces, alrededor de treinta mil insurgentes habían desertado. Aun así, seguían siendo mayoría, pero la artillería e infantería de Calleja fue superior. Las fuerzas insurgentes se desbandaron y los realistas tomaron cerca de 600 prisioneros y buena parte de la artillería enemiga. Allende partió a Guanajuato e Hidalgo tomó camino a Valladolid.
En Valladolid, Hidalgo reorganizó su ejército y salió rumbo a Guadalajara. En esta ciudad un nuevo bando decretó la abolición de la esclavitud, el pago de tributos y alcabalas, suprimió el estanco del tabaco y de la pólvora. También inició la publicación del periódico insurgente El Despertador Americano.
Después de una junta de guerra, Hidalgo decidió presentar batalla a Calleja, quien planeó cercarlos en la zona del occidente. En una nueva batalla en Puente de Calderón, en las cercanías de Guadalajara, en enero de 1811, Calleja derrotó a los insurgentes. A partir de ahí comenzó la debacle insurgente. Tras la derrota, Allende asumió el mando de las tropas en sustitución de Hidalgo, no obstante, el cura conservó el mando político.
Aunque la causa insurgente se extendió hacia el norte y los territorios de Coahuila, Nuevo León y Texas la respaldaban, en el centro y sur de la Nueva España no ocurrió lo mismo. Hidalgo, Allende, Aldama y los demás líderes se dirigieron a Zacatecas y Saltillo, buscando el respaldo de los rebeldes de esas regiones.
En Saltillo decidieron dirigirse a Estados Unidos de América, no obstante, fueron traicionados, apresados, enjuiciados y fusilados. El 21 de marzo, Hidalgo, Allende, Jiménez, Abasolo y Aldama fueron capturados en Acatita de Baján e iniciaron un largo recorrido hacia Chihuahua.
En la plazuela de los Ejercicios, Allende, Aldama y Jiménez fueron fusilados por la espalda y decapitados. Abasolo fue condenado a prisión perpetua. El 27 de julio se dictó la sentencia de degradación de Hidalgo y el 30 de julio fue fusilado y decapitado en Chihuahua. Con el fusilamiento de los líderes insurgentes termina la primera etapa de la insurgencia.
Observa una recapitulación del tema a través del siguiente video.
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Los sacerdotes en la guerra de independencia
El llamado de Hidalgo a tomar las armas fue secundado por miles de mujeres y hombres: campesinos, arrieros, mineros, indígenas y miembros de las castas. En pocos meses era un ejército popular de entre ochenta y cien mil combatientes. La mayoría era gente armada con palos, hondas, piedras y machetes, con muy pocas armas de fuego y caballos.
El movimiento insurgente contó con la presencia de distintos grupos sociales, entre los que se contaron los de origen afroamericano, mestizo e indígena. El discurso de los insurgentes, en el que se promovía la igualdad entre los habitantes, la abolición de la esclavitud y el término del pago de tributo —aunado a la difícil situación social y económica que vivían estas comunidades previo al estallido de la de la guerra de Independencia—, propiciaron su unión al movimiento sin mucha resistencia.
Los mismos sectores sociales también nutrieron las tropas realistas que defendieron el régimen virreinal, como los militares criollos que años después consumaron la guerra o afrodescendientes, como los de Costa Chica en Oaxaca, gracias al trato que recibían de los españoles. En ambos casos, la milicia les sirvió para ascender socialmente.
Las preocupaciones políticas y el devenir de la Nueva España no eran actividades exclusivas de los hombres. Miles de mujeres, desde distintos frentes, colaboraron en actividades estratégicas: espías como Gertrudis Bocanegra y María Luisa Martínez, correos como Leona Vicario, conspiradoras como Mariana Rodríguez del Toro, protectoras como María Ignacia Rodríguez, propagandistas como Carmen Camacho, abastecedoras de recursos y armamento como Antonia Peña y soldadas en los campos de batalla como Manuela Molina.
También fueron acusadas de traición al rey por las autoridades realistas; algunas fueron despojadas de sus propiedades; otras, juzgadas y condenadas a reclusión en conventos o condenas de trabajo. Las menos afortunadas fueron sentenciadas a muerte. Muchas veces las condenas estuvieron ligadas al estrato social de las involucradas.
Sumadas al resto de personas que desde un inicio lucharon a favor de la Corona, también hubo mujeres realistas que defendieron este bando, tanto así, que el rey mandó a elaborar medallas para condecorar a aquellas de demostraran su fidelidad a la Corona con el premio de la “Fidelidad de las Americanas”.
Durante la guerra, las niñas, los niños y los jóvenes vivieron situaciones muy variadas, de acuerdo con su origen étnico y social, así como de la cercanía o la lejanía de los acontecimientos políticos y los escenarios de guerra.
Los niños más grandes fungieron de mensajeros, espías e incluso como soldados. Se erigieron batallones como la Compañía de Niños del Ejército Americano, mejor conocido como Los Emulantes. Otras niñas y niños llegaron a ser rehenes mientras se resolvía el perdón de algún jefe, o eran canjeados por algún militar de alto rango o por tropa, tal fue el caso de la niña Guadalupe Moreno Pérez, hija de los insurgentes Pedro Moreno y Rita Pérez.
Realiza una breve recapitulación:
El proyecto de Miguel Hidalgo no se limitó a lograr la independencia de España. Quería acabar con una sociedad dividida en castas donde unos cuantos privilegiados concentraban el poder y la riqueza, mientras la enorme mayoría de la sociedad vivía en condiciones de pobreza y marginación.
Este contenido social y libertario se expresó desde sus primeros decretos que expidió en Valladolid y Guadalajara en octubre y noviembre de 1810, respectivamente, donde decretó la abolición de la esclavitud, del tributo indígena, de los estancos, así como que las tierras comunales eran exclusivas de los indígenas.
Hidalgo dio también los primeros pasos para construir un nuevo marco legal al proponer un Congreso que dictara “leyes suaves, benéficas, acomodadas a las circunstancias de cada pueblo”.
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