En la clase de Historia de segundo de secundaria, se verá el tema: “El Imperio mexica”, con el cual identificarás la historia del pueblo mexica, así como sus principales características, costumbres, creencias y organización; también conoce cómo los mexicas lograron dominar gran parte de Mesoamérica.
Continuarás con el estudio de la cultura mexica. En esta sesión, profundizarás en su organización, religión, política, división social y su educación.
¿Qué hacemos?
Para comenzar, lee un fragmento del libro de Rafael Tena, titulado “La religión mexica”, en el que se relaciona la religión y el aspecto social.
La religión mexica
La sociedad mexica, en vísperas de la Conquista, estaba organizada como un Estado estratificado. Había en ella dos clases sociales polarizadas: la clase dominante, constituida por los nobles o pipiltin, y la clase dominada, constituida por la gente común o macehualtin. Cada una de estas clases, a su vez, presentaba ulteriores jerarquizaciones internas.
Así, por ejemplo, dentro de la clase dominante el rango más alto estaba detentado por el huey tlatoani o “supremo gobernante”, al cual seguían los capitanes y los sacerdotes. Y dentro de la clase dominada, el nivel más elevado lo ocupaban algunos grupos profesionales u ocupacionales, como los mercaderes y los artesanos especializados, quedando en la base de la pirámide social los agricultores, cazadores y pescadores, y los prestadores de servicios.
El huey tlatoani era considerado como la encarnación del Estado mexica, y por eso en él residía la obligación eminente de procurar el cultivo de la tierra, la conducción de la guerra —fuente de tributos y de víctimas rituales—, el culto religioso y la administración de la justicia. A los pipiltin correspondía en forma preferente el triple ejercicio del gobierno, la guerra y el culto, del mismo modo que a los macehualtin correspondía la producción de los bienes materiales de subsistencia.
Ahora bien, la organización estratificada de la sociedad mexica se reflejaba en los complejos ritos de la religión oficial; así, advertimos que mientras la participación de los nobles era preponderante en las fiestas dedicadas al sol y a los dioses guerreros, los macehuales mostraban una participación más activa en las fiestas dedicadas a los dioses de la lluvia y la fertilidad agrícola. Esta participación diferenciada de nobles y macehuales en el ritual puede comprobarse al examinar los relatos de las fuentes: los patrocinios de las fiestas; el ofrecimiento de cautivos o prisioneros de guerra, esclavos y niños como víctimas de sacrificio; la exhibición de trofeos y ostentación de bienes; la distribución de insignias y riquezas.
La religión mexica
Rafael Tena
La sociedad mexica tenía un orden estratificado muy claro. En primer lugar, el tlatoani era quien debía interpretar la voluntad de los dioses y gobernar de acuerdo con ello, administraba la justicia y encabezaba la guerra.
Por debajo del tlatoani se encontraba el cihuacóatl, un sacerdote guerrero que participaba en las ceremonias más importantes y apoyaba al tlatoani en su toma de decisiones.
Tanto el tlatoani como el cihuacóatl formaban parte de una nobleza o grupo privilegiado. Pero incluso entre éstos había diferencia. Por un lado, los tlazopipiltin eran aquellos nobles descendientes de los diferentes tlatoanis de Mexico-Tenochtitlan; eran básicamente una nobleza hereditaria.
Por otra parte, el resto de los pipiltin o nobles podían ser funcionarios y militares de muy alto rango que habían llegado a esa posición gracias a su desempeño en la guerra.
Después de la nobleza, se encuentra un estrato medio compuesto por funcionarios, como cobradores de impuestos o administradores, y por los pochtecas. Este grupo era importante porque tenía una doble función: la primera de ellas era económica, pues se encargaban del comercio entre Mexico-Tenochtitlan, Mexico-Tlatelolco y numerosos pueblos de toda Mesoamérica. La segunda de sus funciones era la de servir como espías, pues ellos llegaban a conocer las riquezas de los diversos pueblos, para después informarle al tlatoani la conveniencia o no de conquistarlos.
Debido a esto, los pochtecas estaban exentos de tributos. No obstante, a pesar de que ellos tenían una importancia económica fundamental, la nobleza mexica los excluyó de la política y de cualquier otra muestra de poder.
Debajo de estos estratos medios estaba el grupo más grande de la población: los macehuales. Este grupo estaba compuesto en su mayoría por campesinos, pescadores y pequeños artesanos. Este grupo era el que pagaba un tributo a los estratos privilegiados, además de que brindaba un servicio militar obligatorio y prestaba su mano de obra para construcciones de la ciudad, como templos y calzadas.
Por debajo de ellos estaban los grupos más desfavorecidos: los tamemes, que eran cargadores; los mayeques, que eran servidores domésticos, y los tlacotin, una suerte de esclavos por deudas o por haber sido apresados en la guerra, y que en muchas ocasiones servían como sacrificio en diferentes celebraciones.
Cada uno de los estratos de la sociedad mexica debía cumplir cabalmente con sus obligaciones: los macehuales debían pagar sus tributos y los pipiltin y demás nobles debían proteger al pueblo, dirigir la guerra y ser un ejemplo de virtud.
Las mujeres desempeñaban distintas tareas, en el caso de las mujeres nobles, muchas veces fueron utilizadas como un objeto de intercambio y alianza política.
A continuación, analiza la siguiente lectura sobre el mito del nacimiento de Huitzilopochtli, dios guerrero y tutelar de los mexicas. La arqueóloga, Miriam López Hernández, retoma dos versiones:
La primera es la consignada por Bernardino de Sahagún, que relata que su madre, Coatlicue, barría en la sierra de Coatepec cuando de pronto descendió un plumón que ella tomó y guardó debajo de su falda. Al terminar de barrer, lo buscó y no lo encontró; se entiende que el plumón tuvo propiedades fertilizantes por las cuales quedó preñada. Al saber Coyolxauhqui del embarazo de su madre […] incitó a sus hermanos a que la mataran. Al enterarse de la situación, Coatlicue se sintió desconsolada, pero desde su vientre la criatura le hablaba y la confortaba diciéndole que no tuviera miedo. En el momento en que los hermanos llegaron al encuentro de su madre para asesinarla, nació Huitzilopochtli, en forma adulta y ataviado como guerrero. Con una xiucoatl (“serpiente de fuego”) decapitó a su hermana y la lanzó cerro abajo; así, su cuerpo quedó hecho pedazos.
Por su parte, Durán señala que Coyolxauhqui era lideresa de una rebelión en contra de Huitzilopochtli, pues en su peregrinación hacia la cuenca de México, ella y sus seguidores habían decidido no continuar debido a su deseo de quedarse en el cerro de Coatepec. El cuestionamiento a sus órdenes provocó la furia de Huitzilopochtli, quien abrió esa noche el pecho de Coyolxauhqui y sus aliados para devorar sus corazones.
Para los mexicas, los mitos no sólo formaban parte de su cosmovisión, es decir, la forma de entender el mundo, sino que dieron forma a la estratificación y el orden de la sociedad mexica.
Observa el siguiente video sobre este aspecto.
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La visión mexica del mundo.
La guerra no sólo tenía como finalidad la conquista de poblaciones que brindarían pago de tributos a los miembros de la Excan Tlatoloyan, sino que tenían una función aún más importante: la consecución de prisioneros para sacrificar a los dioses.
De esta manera, la sangre que era derramada simbolizaba el fin de la vida que buscaba renacer y la continuidad. La sangre, el elemento vital del ser humano, fertilizaba la tierra al alimentar a Tlaltecuhtli, de quien surgirían los alimentos necesarios para existir. Los cráneos de los sacrificados iban a parar al tzompantli, el muro de cráneos situado a un lado del Templo Mayor.
La forma más habitual de sacrificio humano entre los mexicas era la extracción del corazón por medio de un cuchillo de pedernal. Sin embargo, ésta no era la única.
Otra era la conocida como “sacrificio gladiatorio”, en la cual un prisionero era amarrado y subido a un temalácatl o plataforma circular con sólo una piedra o una vara, debiendo enfrentar a algún guerrero destacado ataviado con todas sus armas. Debido a las casi nulas probabilidades de sobrevivir, este combate era completamente simbólico, pues se daba con motivo de la fiesta del Tlacaxipehualiztli, celebración dedicada a Xipe Totec.
Por otra parte, en las ceremonias realizadas para el dios de lluvias y relámpagos, Tlaloc, solían ahogarse niños que habían nacido con dos remolinos en la cabeza.
También había otras prácticas ligadas a esto que no conllevaban la muerte de quien ofrecía su sangre, pues bastaba con auto sacrificarse al pincharse con una punta de maguey o algún objeto punzocortante en ciertos puntos del cuerpo, como la lengua, los órganos genitales o las orejas, para después depositar la sangre derramada por estas punciones en pedazos de papel y quemarlos en ofrenda a los dioses.
Este aspecto de la religión mexica habla de una profunda disciplina para cumplir con las obligaciones de cada fiesta. De la misma manera, este rigor se inculcaba en la educación de las niñas y niños mexicas.
Al nacer, se les asignaba un destino. Por un lado, a los hombres se les determinaba una vida en la guerra. Así lo cuenta Sahagún:
[…] esta casa donde has nacido, no es sino un nido, es una posada donde has llegado, es tu salida para este mundo: aquí brotas y floreces, aquí te apartas de tu madre, como el pedazo de la piedra donde se corta: esta es tu cuna, y lugar donde reclines tu cabeza, solamente es tu posada esta casa: tu propia tierra otra es: para otra parte estás prometido; que es el campo donde se hacen las guerras, donde se traban las batallas, para allí eres enviado, tu oficio y facultad es la guerra, tu obligación es dar á beber al sol sangre de los enemigos, y dar de comer á la tierra… tu propia tierra, tu heredad y tu suerte, es la casa del sol en el cielo.
En cambio, a las niñas se les destinaba, desde su nacimiento, a las labores en el hogar, subordinadas siempre a las figuras masculinas de la familia y, por tanto, de la sociedad:
Hija mía y señora mía, ya habéis venido á este mundo, acá os ha enviado nuestro señor, el cual está en todo lugar: habéis venido al lugar de cansancios, de trabajos y congojas, donde hace frío y viento… Habéis de estar dentro de casa, como el corazón dentro del cuerpo; no habéis de andar fuera de ella; no habéis de tener costumbre de ir á ninguna parte: habéis de ser la ceniza con que se cubre el fuego en el hogar: habéis de ser las traudes donde se pone la olla: en este lugar os entierra nuestro señor: aquí habéis de trabajar, y vuestro oficio ha de ser traer agua, y moler el maíz en el metate: allí habéis de sudar junto la ceniza y el hogar.
Mientras que las niñas recibían instrucción en su hogar a través de sus parientes femeninos, los hombres iban a dos tipos de escuelas, dependiendo de su estrato social: el calmécac para los hijos de nobles, y el telpochcalli para los descendientes del resto de la población.
En el calmécac debían aprender a comportarse como los gobernantes que llegarían a ser, aprendiendo las virtudes que la sociedad mexica esperaba de ellos: la dirigencia en la guerra, la rectitud moral, la disciplina, el culto a los dioses, el conocimiento de la historia y el cumplimiento de sus obligaciones.
En cambio, para la mayoría de la población, el telpochcalli era una institución menos rigurosa, pues en ella se les enseñaba a cantar, a danzar, a respetar la autoridad y a pelear en una guerra.
En todos los casos, la sociedad mexica exigía una rigurosa educación de los infantes, que se traduciría en el mantenimiento del orden establecido.
Observa el siguiente video al respecto.
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Entre los mexicas, el arte de gobernar requería de una educación rígida.
Sin duda, la sociedad mexica era muy compleja, y las enseñanzas que se daban tanto en el calmécac como en el telpochcalli, buscaban que las personas mantuvieran el orden y el funcionamiento de la sociedad.
Las enseñanzas que se daban a las niñas y niños estaban presentes en todo momento. Por ejemplo, en el siguiente huehuetlatolli o “dicho de los antiguos”, se buscaba enseñar normas de conducta que sirvieran para toda la vida:
Estas son todas las palabras que te ofrezco, que te hago oír ahora, palabras de vida, que estaban guardadas, que se deben guardar, que nos dejaron nuestros hacedores, los viejos y las viejas de pelo blanco de cabeza; no son muchas palabras; ponlas pues en tu corazón; son unas cuantas, dignas de tomarse, de guardarse, de asirse; las llevaban en su cofre y su petaca nuestros hacedores; todo viene de ellas, está en ellas toda paz y toda prudencia.
Decían que por lugares escarpados vamos, caminamos en la tierra, un abismo a uno y otro lado; si te sales, si te desvías a una parte o a otra, por allá irás a caer, por allá te despeñarás; es decir que se necesita actuar con prudencia en todo lo que se hace, lo que se dice, lo que se ve, se oye, se piensa.
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